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Capitán Swing es una editorial que suele publicar libros que me atrapan. De sensibilidad progresista, incluso militante, su catálogo es denso, provocador y comprometido. Hace unos días empecé Cómo se hizo Donald Trump. El 45º y 47º presidente de Estados Unidos se ha convertido en la figura más influyente —y más temida— del presente. Sus barrabasadas, amplificadas en Truth, su red social convertida en púlpito, tienen al planeta en vilo.
Capaz de poner en jaque a la economía global con ocurrencias trasnochadas, esta obra, firmada por un periodista estadounidense con amplia trayectoria en investigación política, desnuda a un personaje soez, corrupto y pueril, con un discernimiento bastante menos complejo de lo que muchos sospechan.
Según un artículo publicado en El País, en su primer mandato fue contenido por una serie de asesores con la suficiente cordura para no dejarle solo al volante. Sin embargo, en esta nueva etapa nadie parece capaz de hacerle reflexionar. Así, las estupideces que se le pasan por la cabeza, y que lleva años sosteniendo, las convierte en decreto con la ligereza de quien lanza tuits.
Por poner un ejemplo, acaba de decretar algo así como el “día de la ducha gloriosa”. Es decir, ha derogado una legislación que rebajaba la presión de las tuberías para ahorrar agua y mitigar el daño ambiental. Y es que detrás de sus decisiones aparentemente ridículas, hay un patrón claro de desmantelamiento de estructuras fundamentales. Ayudado por Elon Musk, el hombre más rico del mundo, ha cercenado varios departamentos gubernamentales que velaban por el control de enfermedades infecciosas, la ayuda internacional o las plagas ecológicas. Ahora Estados Unidos se enfrenta a especies invasoras que podrían causar perjuicios incalculables a su agricultura y, por ende, a su economía.
La tragedia no acaba ahí. Está promoviendo la eliminación sistemática de contenido científico que sostiene postulados que no le agradan, como el del cambio climático. Ha puesto contra las cuerdas a algunas de las universidades más prestigiosas del mundo por permitir protestas contra el genocidio israelí. Silencia, desmantela, censura.
A raíz del Proyecto Manhattan, Estados Unidos logró una ventaja científica que cimentó su predominio tecnológico en el último siglo. Ahora Donald desmonta el sistema a exabruptos. Lo paradójico es que alguien que se vanagloria de ser el mejor negociador del mundo no sea capaz de comprender que por cada dólar invertido en ciencia se generan dos —ocho en el caso del sector privado—, y renunciar a ellos no parece un buen negocio.
Si no fuera porque lo que se cuece en el Despacho Oval nos atañe a todos, sería divertido presenciar en directo la decadencia de los yankis. Probablemente sea tarde para evitar la catástrofe climática, pero si quedara alguna posibilidad de esquivarla, los americanos han escogido a un comandante en tropa pirómano que, lo digo convencido, hará bueno a George Bush hijo, considerado durante años el presidente norteamericano más estúpido de la historia. Lo que hasta hace poco habría parecido una broma cruel, ahora es una pesadilla compartida.
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